martes, 31 de julio de 2007

Peruano derecho a la contradicción


De camino al desfile cívico militar observé a un padre que compraba una gran escarapela para su pequeño, la cual colocó en el vistoso polo rojo que el niño llevaba esa mañana de 27 de julio. La estampa de tierna pasó a ser espantosa. Vi como el niño mientras luchaba por desempacar el chocolate, que tenía entre las manos, recibió la gran ayuda y el mal ejemplo del padre, que tomó la envoltura y la arrojó sin reparo alguno a la vereda. Me pareció entonces estar frente al retrato de una realidad nacional. Se me pobló la mente de compatriotas que se golpean el pecho, cantan a viva voz el himno, se visten rojo y blanco, van a desfiles, pone la bandera en su fachada pero siguen ensuciando calles, trabajando menos, viendo la oportunidad para aprovecharse del otro y claro, jurando que son bien peruanos. Sí señores, sapiente dicho el que versa: ¡Del dicho al hecho, hay muy trecho!

Parece que en estos días Machu Picchu se pone más a la moda, al igual que la música criolla, el Caballo de Paso, la Causa Limeña, entre otros platos peruanos, los reportajes de los peruanos que viven en el exterior, y el patriótico ¡Qué lindo es el Perú, Señores! Pero a la par, que incoherentes somos los peruanos. Porque mientras vemos a muchachos y cajeras vestidos de chalanes en los supermercados, hay, en una playa o en un restauran muy fino, un señor que se lleva la gran vida y sigue pensando que el part time es la mejor forma de pagar menos y explotar más. Porque hay en la calle del frente un señor que les dice a sus hijos que amen a su patria, mientras tira su colilla de cigarro al piso y resondra al canillita que limpia su parabrisas. Porque hay un taxista o un transportista que aprovecha que sean días de fiesta para subir su tarifa, y hacer su criollada si el pasajero es extranjero. Porque en el Perú hay congresistas que le dicen a maestros mal pagados “comechados” y pagan a un ramillete de asesores y funcionarios para que hagan su trabajo; mientras ellos siguen comiendo del dinero del pueblo, y no perdiendo la oportunidad de negociar una presidencia en la próxima elección del Congreso. Ese es el Perú de los peruanos de pura finta. Nadie critica el entusiasmo que en estas fechas se imprimen en los peruanos, sino la fugacidad e ineficacia de él.

A Dios gracias no es un panorama totalizador. Hay gente conciente de que el Perú es más grande que sus problemas, y que hasta quizá, con pocas esperanzas, espera que un día el cambio del país vaya más allá de un soñada reforma judicial y una lucha anticorrupción. Hay peruanos que esperan un cambio de actitud y luchan a contracorriente por él. Hoy más que nunca, el Perú no necesita desfiles que demuestren el mal estado de nuestros vehículos que se detienen en plena Parada Militar. Nuestro país urge de un patriotismo que imprima y que no deprima. Un amor a la nación que va desde no arrojar un resto al suelo, a no robar el tiempo llegando temprano al trabajo; desde no pisar nuestra áreas verdes, hasta no meter el carro en el paso de cebra frente al semáforo en rojo.

Es muy fácil pasar hablar de lo hermoso del país a lo más pesimista de él. Pero sobretodo lo es lamentable porque todo lo feo sucede, y más que nunca. El peruano parece ejercer a diario su soberano derecho a la contradicción. Quizá la solución para no juzgar tanto ese grado de incoherencia es legitimarlo para que evitar la vergüenza. Lo irrisorio es que usted, amigo lector, al igual que este humilde servidor, como humanos estamos sujetos a estas pataletas del ánimo peruano y humano. Como alguna vez lo dijo el famoso escritor francés Charles Péguy: “Lo único que nos faltó incluir en la Declaración de los Derechos del Hombre fue el derecho a la contradicción”.
Por Frank Córdova

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